La pérdida: El tabú del siglo XXI.

Estamos viviendo un período clave en la historia de la humanidad. Ya no es un tabú hablar sobre temas que hace unos años o siglos eran silenciados como la muerte o el sexo. La hemos desviado a un tema mucho más existencial: la pérdida. Nos aterra mirarla de frente, nombrarla y aceptarla. La evitamos como si, al ignorarla, pudiéramos escapar de ella aunque reconozcamos que es la única certeza que todos los seres humanos vamos a experimentar y compartir.

Psic. Paulina Servín

2/26/20255 min read

Como sociedad, hemos aprendido a ver la pérdida desde una perspectiva meramente negativa. Nos cuesta reconocer sus matices, y la hemos encasillado en una dicotomía rígida: buena o mala. Y casi siempre, la relegamos al extremo de lo malo, cargándola de dolor y rechazo, sin permitirnos explorar lo que también puede aportar a nuestra vida el observarla con aceptación y sabiduría.

Nos cuesta mirarla de frente y encontrarle algún sentido, desde perder un artículo material, dinero, juventud, una relación o hasta el fallecimiento de un ser querido, estandarizamos todo tipo de situaciones que la involucran y las resumimos en injusticias, obligándonos a silenciarla como si el ignorarla nos hiciera inmunes a su presencia. 

Es tiempo de reconocer que la pérdida es una parte ineludible de la existencia y entenderla puede cambiar radicalmente la manera en que vivimos nuestra vida como individuos y como sociedad.

Blibliografía:

  1. Sartre, J. P. (1943). El ser y la nada. Gallimard.

  2. Capra, F. (1996). The Web of Life: A New Scientific Understanding of Living Systems. Anchor Books.

  3. Kübler-Ross, E. (1969). On Death and Dying. Scribner.



La sociedad actual nos ha enseñado a medir nuestro éxito en función de nuestros bienes materiales y posesiones, lo que refuerza el miedo ante la posibilidad de perderlos y la creencia irracional de que si los perdemos, también perderemos valor, estatus en la sociedad, estabilidad y placeres inmediatos, los cuales confundimos con bienestar. Esta preocupación se manifiesta en comportamientos observables colectivos como la producción y compra excesiva de productos, la aversión₁ al riesgo y la dificultad para desprenderse de objetos que ya no cumplen una función en nuestra vida.

Hoy en día (como vimos en el post pasado: La vida es una fiesta que un día termina) la muerte sigue siendo un tema tabú en la mayoría de las culturas y el proceso de duelo es muchas veces silenciado o minimizado. En estos tiempos donde se privilegia la productividad y la apariencia de "fortaleza e indiferencia", el dolor que provoca la pérdida de un ser querido suele tener un tiempo limite dentro de las empresas, de hecho en México, la ley federal de trabajo no establece un número de días para un permiso de falta en caso del fallecimiento de un familiar, sin embargo, algunas empresas otorgan de 1 a 5 días hábiles de "descanso". Y así, es como la sociedad de consumo nos obliga a resolver los tramites burocráticos que involucra la muerte y ponerle un fin a nuestro duelo en un periodo de 5 días.
También, este dolor suele ser relegado al ámbito privado y en muchas instituciones el duelo tiene un interés monetario de trasfondo, dejando a muchas personas sin el acompañamiento correcto para procesarlo y un apoyo en su proceso de sanación.

La pérdida como "fracaso"

A nivel personal, solemos interpretar la pérdida como un reflejo de nuestras incapacidades o debilidades, por ejemplo en la pérdida de un trabajo, en la pérdida de dinero por una mala inversión, en la pérdida de una relación que ya no estaba siendo saludable, entre otras, lo que refuerza la angustia y la ansiedad en lugar de ayudarnos a integrar la experiencia vivida.

Incluso en el ámbito médico la muerte se ve frecuentemente como un fracaso de la ciencia y de la medicina. Como sociedad, nos cuesta trabajo aceptar que, a pesar de los avances teconológicos y los descubrimientos recientes sobre como funciona el organismo la vida tiene un final inherente.

Replantear nuestra percepción sobre la pérdida, no como un fracaso, sino como una oportunidad y una parte fundamental de la existencia misma, puede ayudarnos a traer paz y resignificación.

Paradójicamente, la pérdida es la base de la existencia misma. Si lo vemos desde el nivel más fundamental de la química, los átomos deben estar dispuestos a ceder electrones para formar enlaces químicos, permitiendo la creación de células, tejidos, órganos, estructuras más complejas y en última instancia, dando lugar a la vida.

Este mismo principio se puede observar a diferentes escalas, en primera, lo podemos ver en los ciclos de la naturaleza: los árboles que pierden sus hojas en otoño y dan lugar a nuevas en primavera, las especies dependendiendo de otras especies y organismos en descomposición para obtener alimento y energía, los ríos erosionando la tierra para crear nueva vida y paisajes hermosos, entre muchos otros más. Como podemos entender, la entropía₂ y el cambio constante dan lugar a la evolución y la adaptación, permitiendonos reconocer que la pérdida no es un fin en sí misma, sino un proceso de renovación.

En una escala metafísica y existencial, este principio también se manifiesta en las transiciones que experimentamos a lo largo de nuestra vida: dejar una etapa atrás para dar lugar a otra, perder relaciones que ya no nos aportan para abrir espacio a nuevos vínculos, soltar juicios y creencias limitantes para poder adoptar una perspectiva mucho más objetiva. Cáda una de las pérdidas, por más dolorosas que sean, comparten la oportunidad de aprendizaje e integración con nuestro yo₃ para poder adoptarlas como parte trascendental de nuestra vida.

Cómo reconectar con la pérdida de una forma saludable

La filosofía existencialista nos invita a recordar que la pérdida es el impulso necesario para valorar y disfrutar más cada momento de nuestra vida, y como resultado vivir una vida con mayor bienestar y plenitud.
Reconocer nuestra propia finitud nos reta a vivir de manera más auténtica, eligir nuestras acciones con responsabilidad y brindar un significado más profundo a lo que nos sucede.

Según Jean Paul-Sartre₄, la existencia precede a la esencia, lo que significa que el ser humano surge en el mundo para luego definirse, es decir, que cada uno construye su própoito a partir de sus propias decisiones y elecciones. Elegir enfrentar la pérdida desde una perspectiva abierta hacia la experiencia y como una oportunidad para definirnos, es una libertad maravillosa con la que podemos contar si así nos lo proponemos.

Desde una perspectiva oriental, la filosofía budista también nos enseña a aceptar la impermanencia como una realidad inevitable que forma parte de la vida. En lugar de resistirnos al cambio, nos invita a fluir con él, reconociendo que todo lo que amamos es transitorio. La fugacidad de todo lo que nos rodea no debería generarnos angustia, sino motivarnos a vivir con mayor presencia y gratitud.

Si integramos esta visión, en lugar de ver la pérdida como una amenaza, podemos asumirla como una oportunidad para conectar más profundamente con la vida y con la de quienes nos rodean.

La obra de arte en la portada es:
Las edades y la muerte, Hans Baldung (1541-1544). Encontrado en el Museo Del Prado en Madrid, España.

Glosario:

  1. Aversión: Rechazo o repugnancia frente a alguien o algo.

  2. Entropía: Medida del desorden de un sistema.

  3. Yo: En psicología, el yo es la conciencia de uno mismo y de la realidad, y se relaciona con el sentido corporal y emocional de la identidad. 

  4. Jean Paul-Sartre fue un filósofo, escritor, novelista, dramaturgo, activista político y militante, biógrafo y crítico literario francés, exponente del existencialismo y del marxismo .​