
La vida es una fiesta que un día termina.
En menos de dos siglos la muerte y hablar sobre ella se ha convertido en un tabú, en algo que debemos ocultar y silenciar. En este post hablaremos sobre cómo la pérdida de familiaridad y los rituales que alguna vez nos ayudaron a sobrellevarla nos han llevado a ignorarla para sobrellevarla, y como hablar de ella nos puede ayudar a morir y vivir mejor.
Paulina Servín
1/24/20255 min read
¿Desde cuándo somos concientes de nuestra propia muerte?
La muerte es una parte inevitable de la vida, básicamente, sin muerte no hay vida. Los primeros indicios de su reconocimiento aparecen en las prácticas funerarias de los neandertales y los primeros Homo sapiens, hace unos 100,000 años. En sitios como Shanidar, en Irak, se han encontrado restos de neandertales enterrados en fosas junto a posibles ofrendas funerarias, como flores y objetos personales, lo que sugiere una cierta conciencia sobre la muerte y su significado. Estas prácticas reflejan no solo respeto por los difuntos, sino también la posibilidad de creencias rudimentarias sobre una existencia más allá de la vida.
En el Paleolítico, las pinturas rupestres y objetos rituales continuaron expresando esta creciente conciencia sobre la mortalidad. Con el desarrollo de las civilizaciones antiguas, como Egipto y Mesopotamia, surgieron mitologías y rituales más complejos relacionados con la muerte, como las prácticas de momificación y relatos sobre la vida después de la muerte, estableciendo una conexión entre la existencia terrenal y lo eterno.
Estas evidencias históricas marcan el inicio de una reflexión que se ha mantenido en el tiempo: el reconocimiento de nuestra finitud y la búsqueda de sentido a nuestra existencia, algo que sigue siendo central en la psicología y la filosofía contempo
Nuestra sociedad actual ha perdido la cercanía y esta familiaridad por la muerte, la hemos convertido en un suceso que hay que esconder o callar y se han perdido las referencias sociales, religiosas, culturales y familiares que nos ayudaban a lidiar con este hecho inevitable y su proceso de duelo, aumentando el sufrimiento en el enfermo y en nosotros mismos. En un breve período de menos de dos siglos hemos cambiado totalmente nuestra perspectiva entorno a la muerte, dejando de ser un hecho natural y volviéndola un problema que la medicina y la ciencia deben resolver.
Aunque en efecto, gracias a ellas la esperanza de vida se ha duplicado, la sociedad ha perdido las pautas socio-culturales que nos habían ayudado a lo largo de los tiempos a incorporar la muerte en nuestra cotidianidad. Por ejemplo, en México, los días primero y segundo de noviembre tenemos la tradición de festejar el "Día de Muertos", con sus raíces en las culturas prehispánicas, estos días no solo ayudaban a honrar a los fallecidos, sino que también ofrecían un marco cultural para aceptar la muerte como parte natural de la vida. Sin embargo, con el tiempo, y especialmente con la globalización y la comercialización de estas tradiciones, se ha perdido parte del contexto cultural profundo que las sostenía.
Hoy en día, el enfoque en los elementos más visuales y decorativos del Día de Muertos, como las calaveras y las ofrendas, a menudo deja de lado el significado original: la reflexión sobre la mortalidad, el ciclo de la vida y la conexión con los ancestros. Este vacío cultural ha hecho que, en muchos casos, se pierda la capacidad del ritual de ofrecer consuelo y aceptación ante la muerte, convirtiéndolo más en una festividad estética que en una experiencia espiritual y emocional transformadora.


La obra de arte en la portada es:
Día de Muertos, Diego Rivera (1944). Fotografía tomada por mí en el Museo de Arte Moderno de La Cuidad de México.


Ser consciente de lo efímero de nuestra existencia en esta tierra puede ayudarnos a brindar más valor a aquello que se vive, a la propia vida.
Como una contrapostura al psicoanálisis de Freud, y la psicología conductista en 1950 surge la psicología humanista. Este enfoque pone en el centro al ser humano como un ser libre, con capacidad de elección, y con tendencia hacia el crecimiento personal y la autorrealización.
Viktor Frankl, un neurólogo y psiquiatra sobreviviente de los campos de concentración nazis, desarrolló su escuela psicológica llamada Logoterapia, esta plantea que el sentido de la vida es esencial para enfrentar el sufrimiento y la muerte. En su libro El hombre en busca de sentido (1946), explicó cómo incluso en las peores circunstancias, como las que vivió en Auschwitz, encontrar un propósito ayudaba a las personas a mantenerse firmes ante la mortalidad. Para él, la muerte no es algo que deba negarse, sino un recordatorio de que la vida tiene un límite, lo que nos empuja a vivir con intención y significado.
Esta corriente considera la muerte como una parte esencial de la existencia que, lejos de paralizarnos o temerle, nos invita a reflexionar sobre el propósito de nuestra vida. Esta perspectiva nos anima a vivir con plenitud y autenticidad, utilizando la conciencia de nuestra finitud como una herramienta para priorizar lo que tiene verdadero significado.


Herman Feifel fue un psicólogo estadounidense considerado uno de los pioneros en el estudio científico de la muerte y la tanatología. En su obra The Meaning of Death (1959), desafió los tabúes culturales de su época al abordar la muerte como un aspecto central de la vida humana, digno de reflexión e investigación. Feifel cuestionó la visión médica y psicológica predominante que evitaba hablar de la muerte, y defendió la importancia de aceptarla como parte de la condición humana.
Para Feifel, la conciencia de la muerte no debía ser temida ni reprimida, sino entendida como una fuerza que puede dar sentido y dirección a la vida. Sostenía que al enfrentar nuestra mortalidad, podemos desarrollar mayor autenticidad, empatía y un aprecio por el presente. También señaló que la negación de la muerte a menudo genera ansiedad y limita nuestra capacidad de vivir plenamente. Su trabajo influyó profundamente en el desarrollo de la tanatología, el cuidado paliativo y las investigaciones sobre el duelo.
Poder hablar sobre la muerte, especialmente en un contexto social y familiar, tiene un impacto directo profundamente positivo en nuestra capacidad para enfrentarla con menor miedo y mayor serenidad. Como seres sociales, buscamos conexiones y comprensión, y al compartir nuestras reflexiones sobre la muerte con otros, nos damos cuenta de que no estamos solos en nuestros temores. Esta apertura permite crear un ambiente de apoyo donde podemos procesar nuestras emociones y sentirnos validados, lo que reduce la ansiedad que genera el pensamiento de la mortalidad. Al abordar la muerte de manera abierta, también desafiamos el tabú que normalmente rodea este tema y nos permite integrar la mortalidad como una parte natural de la vida. Esta integración no solo alivia el miedo y el sufrimiento, sino que también nos recuerda lo limitado y precioso que es nuestra vida.
Así, al reconocer que la muerte es inevitable, aprendemos a valorar más profundamente el presente, las relaciones y nuestras experiencias cotidianas. Hablar sobre la muerte nos empuja a vivir de manera más auténtica y consciente, a tomar decisiones que estén alineadas con nuestros valores y a buscar un sentido más profundo en todo lo que hacemos. En conclusión, hacerlo nos ayuda a vivir y morir mejor.
Bibliografía:
Sogyal Rinpoche. (1993). El libro tibetano de la vida y la muerte. Editorial Kairós.
Feifel, H. (1959). The meaning of death. McGraw-Hill.
Frankl, V. E. (1946). El hombre en busca de sentido. Herder Editorial.
Yalom, I. D. (2008). Hablar de la muerte para vivir y morir mejor. Editorial Aguilar.
La carta de la Muerte en el tarot representa la transformación, el cambio y el renacimiento.